El «trabajo» del amor
El amor supone, es y hace muchas cosas, pero básicamente se practica en el acto de compartir. En la medida y profundidad con que dos personas se comprometan mutuamente en una relación de amor. En esa misma medida y profundidad deben compartir activa y mutuamente sus vidas. Otra palabra para referirse al «compartir» es Comunicación, el acto por el que las personas comparten o tienen algo en común. Si yo te comunico un secreto, entonces lo compartimos, lo poseemos en común. En la medida en que yo me comunique contigo como persona y tú te comuniques conmigo del mismo modo, en esa misma medida compartimos nuestro propio y respectivo misterio. Por el contrario, en la medida en la que nos distanciemos el uno del otro y nos neguemos la transparencia mutua, el amor disminuye.
En este contexto, la comunicación no es sólo el alma del amor y la garantía de su crecimiento, sino que es la esencia misma del amor en la práctica. Amar es compartir, y compartir es comunicar. Por tanto, cuando decimos que la comunicación es «el secreto para seguir amando», lo que realmente queremos decir es que el secreto para seguir amando consiste en amar, en seguir compartiendo, en seguir viviendo el propio compromiso. Por supuesto que hay un primer «sí» un primer compromiso con el amor, pero ese primer «sí» conlleva un número ilimitado de pequeños «síes».
Una de las formas más comunes de huir de realidades como la del amor consiste en sustituir la acción por la discusión. Preferimos discutir, pensar y cuestionar dichas realidades. En lugar de ponerlas en práctica. Es mucho más fácil discutir las verdades que vivirlas. Hoy, por ejemplo, se discute mucho acerca del cristianismo como forma de vida: ¿podemos seguir creyendo?, ¿qué creemos realmente? ¿Es esencial la fe para la felicidad?. El defecto más obvio a lo largo de la historia del cristianismo es que nos hemos perdido en interminables discusiones abstractas, en lugar de poner en práctica la fe. Y los que nos ven desde fuera, cansados de nuestros debates acerca de nuestras propias dudas nos dicen: «Mostradme cómo serían las cosas si yo decidiera creer y comprometerme». Lo mismo sucede con el amor. Preferimos discutirlo a vivirlo. No hay cuota de entrada en los foros de debate, pero la práctica del amor sí requiere un costoso aprendizaje.